Un drama romántico durante la Guerra Fría
Cuando nos disponemos a ver un filme de Del Toro, ya sabemos a qué nos exponemos: en la mayoría de ellos expone un lado oscuro de las personas, monstruoso, más o menos metaforizado o explícito, según fue evolucionando en su carrera cinematográfica, en el cual, inevitablemente, nos reconocemos.
No sucede algo diferente en su nueva película "Las formas del agua": nos sigue confrontando con la monstruosidad de la humanidad, sin embargo, cada vez de una forma más bella, más estética, más depurada. Es inevitable recordar su premiada "El laberinto del fauno". En aquel filme, una niña marginada por la situación de ser hijastra e infante, durante un período histórico bélico y conflictivo -la Guerra Civil Española- se evade a un mundo alterno donde un ser fantástico -un fauno- le permite acercarse a cierta felicidad que el mundo de adultos en el cual se mueve, no le permite.
En esta nueva película, otro ser marginado, una joven huérfana y muda que se dedica a la limpieza, en medio de otro período conflictivo como la Guerra Fría en EEUU, busca -¿haya?- la felicidad junto a otro ser monstruoso, en este caso, marino.
La estética de la película nos envuelve desde los primeros momentos en un ambiente onírico y acuoso -acompañada de una música altamente efectiva para crear ambientes emotivos- que se continúa en ambientes sórdidos y oscuros -casi toda la película ocurre en la noche-, donde prevalece el color verde en todos sus matices.
Si fuéramos a tocar el tema de los personajes que componen este drama romántico -los colores, la mujer bella junto al monstruo, las pasiones exacerbadas, la nocturnidad, los amores imposibles nos remiten a ese período estético-, solo tendríamos halagos para Del Toro. La película cuenta con una galería de personajes perfectamente delineados, todos memorables, todos marginales, algunos de ellos mucho más monstruosos que el propio monstruo -y es allí donde radica la reflexión de la cinta: monstruos externos que ocultan una humanidad se cruzan con humanos externos que ocultan monstruosidades.
Otro deleite, al menos para mí, es asistir al cine a ver cine. Me explico: me gusta ir a ver una invención sólo posible en la pantalla. Ver la realidad perfectamente plasmada en la pantalla grande es un reto estético para el director, pero no para mi imaginación como público. Y "Las formas del agua" me permite acceder a mundos imaginarios y permanecer en ellos al menos dos buenas horas.
Y también me gusta cuando puedo reconocer guiños cinéfilos que probablemente nos llegan desde la infancia o juventud del propio director. Y Del Toro se permite varios, muchos. Películas musicales en blanco y negro reproducidas en añejas televisiones, pasos de tap en algunos de sus personajes, escenas que se desarrollan en antiguas salas de butacas forradas en rojo terciopelo, hasta las zapatillas rojas que usa la protagonista en los momentos de alto romance, pasando, no podía faltar, por el musical en blanco y negro protagonizado por una cantarina protagonista y su amoroso monstruo.
Podría seguir con las bondades de la película, pero algunas deben dejarse para que el público las vaya descubriendo. Si alguna crítica pudiera hacerse, sería a modo de advertencia para Del Toro: me sigue gustando tu fórmula de personaje en desventaja que debe resolver su conflicto interno en medio de un conflicto externo y para ello se auxilia de un monstruo, pero rebásate a ti mismo para la próxima.
En definitiva, altamente recomendable... hasta para acompañar con un discreto pañuelo, por si se ofrece.
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